6/5/14

Posmodernidad: “La filosofía de los ignorantes”. Una crítica a la docencia a propósito de Mario Bunge

Posmodernidad: “La filosofía de los ignorantes”.
Una crítica a la docencia a propósito de Mario Bunge



Por: Luis Oswaldo Bernal Correa
Licenciado en Filosofía

Es tan provocativa esta frase que uso como título, que no podía evitar comentarla. La leí el pasado domingo 4 de mayo, en la sección de “Educación” del Periódico El Espectador (Colombia), en una entrevista dada por Mario Bunge a Agenciasinc, y que se reproduce casi completamente en el impreso Colombiano.

A modo de advertencia

Empiezo por confesar que a Mario Bunge lo leí durante mis estudios de filosofía para confirmar las sospechas -bien fundadas- que mi profesor de Filosofía de la Ciencia sembraba sobre nuestras incautas y curiosas mentes; al señalar a Bunge por su falta de originalidad, por sus resúmenes mal hechos de las discusiones científicas y por un simplismo en su pensamiento que hacían de su lectura una pérdida de tiempo. Lo curioso de todo esto es que su famoso texto “La ciencia: Su método y su filosofía”, cabalga rampantemente por las manos –porque las mentes son otra cosa- de los estudiantes de bachillerato de muchos colegios en Colombia, creyéndola fuente invaluable de conocimiento. Sin embargo, hay un problema mayor, más grave y más interesante: el vacío intelectual de la academia, al que me voy a referir y que me surge tras la lectura del artículo de Bunge.


En contra de la Posmodernidad

La discusión entre modernidad y posmodernidad, que hoy muchos estudiantes y docentes de humanidades, sociales y educación zanjan rápidamente eligiendo -casi por principio- a la posmodernidad por sobre cualquiera otro modo de pensamiento, es atacada sin temor por Bunge, quien señala que el pensamiento posmoderno es: inmoral, suicida y reaccionario, o como lo llama: “la filosofía de los ignorantes”.  

Ciertamente tiene elementos de razón para muchas de sus apreciaciones, no por los argumentos que presenta en esta entrevista -que siempre pueden ser controvertidos-, sino porque muy pocos  profesionales y estudiantes están en condiciones de referenciar cabalmente las palabras, las tesis, los supuestos y los autores que señala Bunge en la entrevista. Para decirlo más claramente, hay una creciente ignorancia que se toma la academia, desde el bachillerato hasta la universidad, se habla, se escribe y se discute de cosas, teorías y autores que no se conocen. Bunge le habla a una comunidad que no tienen oídos. 

No pensar es una opción de vida: repitamos

En la era de la información caracterizada por el exceso de fuentes y datos, así como por la multiplicidad de canales y medios para acceder a ella, es inversamente proporcional el número dispositivos de acceso a la información respecto al número de lectores inteligentes[1]. La inteligencia está asociada a la capacidad de análisis (y a ella me refiero), así como a la responsabilidad que le sobreviene en el contexto educativo.

Hoy por desgracia tenemos acceso a mayores y mejores fuentes de información, pero lo que hacemos con ellas es lamentable, porque ahora la gente sólo repite. Muchas voces en la academia son de “repetidores” que fungen como “profesores”, y que gozan gastando horas y horas en clases de filosofía, historia, metodología, epistemología, seminarios etc., repitiendo autores que no conocen, que escribieron libros que no han leído, y que citan irrelevantemente gracias a algún resumen encontrado en un libro de métodos de investigación, cuando no ha sido rampantemente plagiado de la red.

¿Los conocen? Yo sí. Estos profesionales – muchos colegas míos- no cuentan con análisis personales, con tesis, ni con posturas teóricas. Son entes vacios, intelectualmente hablando. Escucharlos es casi como ir a la Iglesia a dormir porque “todo es relativo”, “todo es tolerable” y se puede conciliar y complementar, todo es paz y amor en mundo ideal. Lo absurdo de esta postura no son sus aseveraciones, sino que carecen de elementos que las sustenten; son sólo repetidores. No hay modo de entablar un diálogo, ni un debate porque “no hay con quien”, no poseen los elementos.

Recuerdo ver cómo citan a Platón y hablan de Aristóteles, a Popper y a Kuhn,  sin si quiera haberse atrevido a constatar las afirmaciones de los resúmenes que presentan. Hablan de la  ciencia, de la historia y de la filosofía repitiendo citas, fechas y nombres que ni siquiera saben pronunciar. Estos profesionales pululan en las aulas universitarias y también en los colegios, con el poder de la estructura y la nota, con la ignorancia como principio y proyecto de vida. ¡Y después nos preguntamos por la calidad en la educación!

En fin, Dilthey, Levi-Strauss, Foucault, Deleuze, Nietszche, Heidegger y tantos otros, tienen en los repetidores su peor expresión, porque estemos o no de acuerdo con sus tesis (las de los filósofos), seamos o no afines con la modernidad o la posmodernidad, en estos profesionales (quienes en casos cada vez más frecuentes son magister y doctores) los planteamientos de grandes autores pierden valor.

¿Cuántas hojas hay que leer?

La diferencia entre un profesional recién egresado y alguien que ha dedicado más tiempo al estudio académico de un área del conocimiento debe ser la amplitud y profundidad de su saber. Es la experiencia y la experticia combinadas en un saber nuevo y de altura. Empero, muy a mi pesar, hoy los lectores exigentes son escasos pues muchas veces la gente “pelea y grita” no por el tipo de lectura sino por la cantidad de hojas que deben leer.  ¡Es absurdo!

Por esto, sin entrar a rebatir las provocadoras tesis de Bunge, debo señalar que aunque disiento en varios puntos que plantea, cómo sería de bueno poder encontrarse con docentes y estudiantes de la talla intelectual de éste personaje. No todos tienen que ser filósofos –aunque Oppenheimer, nos recuerda que en la UBA hay casi 3 filósofos por cada físico- sólo tienen que ser responsables con el saber que pretenden en enseñar, leer y aprender de lo que hablan, y asumir éticamente el reto y la responsabilidad de ser maestros, y no vanos repetidores.

Así pues, tras la lectura de la realidad que conozco, y a propósito de las palabras de Bunge, debo decir que: Mientras estemos en manos de los repetidores –con títulos, pero repetidores- la educación universitaria y secundaria será presa de la ignorancia y la irrelevancia como principios de la enseñanza.   




[1] Algún día propondré un estudio que sustente esta aseveración, por el momento dejémosla en intuición.

 Referencias 

Entrevista en El Espectador: http://www.elespectador.com/noticias/educacion/hay-muchos-problemas-no-tengo-tiempo-de-morirme-articulo-490275

Entrevista Original y completa en: http://www.agenciasinc.es/Entrevistas/Me-quedan-muchos-problemas-por-resolver-no-tengo-tiempo-de-morirme

Fotografía: Mario Bunge en Madrid. / Olmo Calvo / Sinc Tomada de: http://www.agenciasinc.es/Entrevistas/Me-quedan-muchos-problemas-por-resolver-no-tengo-tiempo-de-morirme

Imagen libro: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCfQxLB2ud6-pzQAmHk1vIGGDed5v0knFMN-rZtVV51rOsaeLMJtOa5MaKbqNavDaNLzR4bkfdz17VetZWJv98TMff_KuZxuxyDOYEJyM7B98ARfwijvzR4dt1YrWbEAim1sFpkcd1spY/s320/portadabunge.jpg

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22/4/14

¡No se sienta mal, ser analfabeta está de moda!

¡No se sienta mal, ser analfabeta está de moda!



 Por Luis Oswaldo Bernal Correa
Licenciado en Filosofía
Esp. en TIC aplicadas a la educación






Sí, escribir mal y no entender palabras está de moda. Después de que las sociedades invirtieron tanto en dotar de herramientas de acceso cultural (educación) a una de las más contradictorias especies animales (nosotros, los humanos), ahora resulta que escribir mal se puso de moda.  Unos dicen que es por rapidez, otros que por abreviar, pero lo cierto es que el analfabetismo está de moda.

Hace poco en una conversación entre amigos surgió el tema, y nos preguntábamos ¿Qué pasa si se escribe con “mala” ortografía? Y llegábamos a la conclusión de que en definitiva, nadie se moría por ello; pero si lo hicieran, habría muchos cadáveres.

Hoy se extiende rápidamente la idea de que “no importa la ortografía, no importa escribir bien”, y  es una idea para pensar. Por lo que a continuación les presento un ejercicio:

Si es cierto (a manera de hipótesis), que escribir de cualquier manera da lo mismo que escribir bien, entonces es hora de imaginar qué pasaría si esa fuera la regla: escribe como quieras, no importa.


1 Lo primero que pasaría es que no tendríamos que aprender las cientos de reglas que aprendemos cuando empezamos a usar un idioma (cualquiera idioma). ¡Abajo las reglas gramaticales, ortográficas, sintácticas y semánticas! Menos horas de clase.

2 Lo segundo es que diferenciar entre quien escribe bien o mal, no tendría sentido. No existen reglas, por lo tanto no existen errores. Y en consecuencia, todos escriben como deben escribir, y punto.

3 En tercer lugar, escribir y “textear”, serían exactamente lo mismo. Entonces, buena parte de lo que llamamos literatura pasaría a ser historia antigua, con sus términos rebuscados, sus metáforas incomprensibles, y en fin, tantas cosas inútiles que complicaban el lenguaje antes (en las lejanías del siglo XX).  Ahora se escribe como se habla. 

4 En cuarto lugar las palabras dejarán de existir: ¡Cómo! (tal como lo leen, dejarán de existir como las conocemos). La tendencia es reducir las palabras a su mínima expresión gráfica, entonces ya no tendremos que preocuparnos por aprender varias palabras para decir lo mismo, sólo basta poner las palabras precisas y las letras exactas, y así podremos escribir halagos como el siguiente: “Hola Guapa. ¿Qué haces? que se convierte en “olawapa k ases”. Nos ahorramos letras y signos al pasar 21 a 12 letras; de usar 4 palabras a 3. ¡Esta reducción nos deja tanto tiempo libre!



Dejemos hasta aquí la hipótesis: Si existe algún problema con todo esto, no es que los jóvenes se sientan obligados y forzados a aprender cosas que no desean aprender, porque lo queramos o no, la cultura misma, la educación en general es contra natura (si fuera natural no tendríamos escuelas). De allí que la comodidad generacional de algunos, de hecho de todos los que fuimos adolescentes, es una razón que carece de peso en este contexto. Todo adolescente siente por antonomasia cierto rechazo a las normas, y más si son gramaticales.

El problema tampoco es ignorar cómo se escriben ciertas palabras, ya que estamos en permanente proceso de aprendizaje y nunca lo sabremos todo. De hecho la vida es un proceso permanente de aprendizaje.

El problema radica en aquellas voces que pretenden validar la postura de que “escribir bien o mal da lo mismo”, es decir, que la construcción histórica, la riqueza literaria, la variedad de idiomas, y en síntesis, todo lenguaje como lo conocemos podría desaparecer sin traer consecuencias con ello.


Lo cierto es que escribir bien una palabra revela el grado de apropiación de la cultura y del contexto en el que se vive. Si la gente prefiere escribir como habla, pues es una decisión individual, pero hacer de este simplismo una postura general que valide la ignorancia como postura epistemológica, es una ofensa contra la humanidad (metafóricamente hablando).

El lenguaje, los significados, los símbolos, la cultura y nuestra naturaleza habitan en el lenguaje y sus profundidades. Nosotros somos lo que hablamos, lo que escribimos, lo que expresamos… y en cada norma y palabra de nuestros múltiples idiomas habitan historias, personajes, lugares que nunca conoceremos. Y cuando escribimos correctamente un texto, y nos esforzamos por aprender a escribirlo bien, estamos haciendo parte de la larga trayectoria de la humanidad, de sus culturas y tradiciones que se revelan en las etimologías de las palabras que tanto nos han hecho sufrir, pero que tan magníficas se revelan para ayudarnos a describir nuestras realidades materiales y nuestras profundas e invisibles complejidades.

Podremos comparar la necesidad de escribir bien con la de comer, y reconoceremos lo trivial de las tildes para la supervivencia de la humanidad. Y sin embargo, en la era de la información, contrario a esta tendencia ridiculizadora del lenguaje, se necesita más que antes una competencia creciente, sino excepcional para comprender textos, leer más que letras, ir más allá de la literalidad. Pero sólo llegarán allá quienes sepan leer y usar el lenguaje.  No es lo mismo que para algunos importe poco escribir mal a que no importe escribir bien.

Ahora sí, si quiere siéntase mal porque el analfabetismo en la sociedad del conocimiento es la peor elección que usted puede tomar.



PD: Y seguramente, en este artículo hay más de un error ortográfico por corregir. 


 Referencias: 

Mala ortografía en las redes sociales: http://www.positivadimension.com/2014/01/mala-ortografia-en-las-redes-sociales.html

Empleo de la ortografía en redes socialeshttp://andrecarolinaaguirre.wordpress.com/

http://www.taringa.net/comunidades/powerconocimiento/6669480/Internet-versus-Ortografia-Quien-ganara.html

http://g.cdn.mersap.com/fotografia/files/2014/02/errores-ortografia1.jpg

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